LA LIBERACIÓN DE BONAVENTURE

[i:1iwj04sg]Día 7. 17:30h.[/i:1iwj04sg]

-¡Alto, frena!

A la orden del cadete comisario Ferdinand, el vehículo de exploración [i:1iwj04sg]Salamander[/i:1iwj04sg] paró en seco en mitad de la calle. Una escotilla se abrió, y el comandante del vehículo asomó la cabeza en dirección a la parte descubierta posterior, donde se encontraba el cadete.

-¿Qué sucede, señor?

-Eso.

Con el dedo índice acusador, señaló la calle unos metros más adelante. A un lado, sobre la acera y frente a dos casas que, aun habiendo sufrido los estragos de los combates, lucían la barroca arquitectura propia de las residencias lujosas, tres transportes de tropas blindados [i:1iwj04sg]Chimera[/i:1iwj04sg] de color verde oliva estaban parados. Las escotillas traseras estaban abiertas, y las tripulaciones, junto con algunos soldados que transportaban, estaban charlando y pasando el rato.

El comandante del [i:1iwj04sg]Salamander[/i:1iwj04sg], con las insignias de teniente, miró a su joven superior con un gesto que denotaba que no sabía de que hablaba, o que no le importaba lo más mínimo.

-Tres vehículos parados, con los soldados paseando. Ya hemos visto varios. ¿Qué sucede?

Ferdinand le clavó una férrea mirada. Aunque no tenía ni siquiera veinte años, ya era tan autoritario e inflexible como el más veterano comisario.

-Las insignias de los vehículos. Pertenecen al 213º regimiento motorizado, de la 55ª división krassiana. Ésta unidad debería estar limpiando las calles del distrito fabril, no parados en una avenida de la zona alta.

El teniente se encogió de hombros.

-No sé, señor. Deben ir de camino, se han perdido, una contraorden… qué sé yo.

-Diga al piloto que salga. Tomen sus armas y acompáñenme.

El teniente llamó al piloto, y ambos salieron. Guardaron sus pistolas láser en las fundas de sus cinturones y se ajustaron el mono de combate hasta el cuello para hacer frente al frío del exterior. Siguieron al teniente Ferdinand cuando éste se acercó a los [i:1iwj04sg]Chimera[/i:1iwj04sg].

Un pequeño grupo de hombres estaba de pie frente a la escotilla trasera del primer vehículo. Había soldados de infantería, con sus uniformes de camuflaje verdes sucios de barro y hollín y los rifles láser al hombro, y los miembros de las tripulaciones, con los monos y los cascos acolchados característicos de las unidades blindadas, fumando y charlando. Ni siquiera miraron al grupo que se les acercaba.

-¿Quién de ustedes está al mando?- Dijo Ferdinand con voz autoritaria.

El grupo calló. Eran siete hombres. Uno de ellos miró fijamente al cadete a los ojos, con una mirada desapasionada, y con aspecto de estar enojado por haberle interrumpido cuando contaba su mejor chiste. Era joven, pero su mirada parecía la de un anciano. Lucía en las mangas las insignias de sargento mayor.

-¿Quién lo pregunta?

Ferdinand se puso tenso ante ese desaire.

-Soy el cadete comisario Claus von Ferdinand, téngalo presente, así que modere ese lenguaje.- respondió.- Repito: ¿Quién está al mando?

-Nominalmente el teniente Sullivan, pero ahora está ocupado en otros menesteres, así que yo estoy al mando.

-¿Y quién es usted?

El sargento señaló el bolsillo del pecho de su guerrera. Del botón colgaba una cinta roja.

-¿Ve esto? Medallón carmesí de primera clase. Déjese sus malos modos para otro, cadete. Pida las cosas por favor. El teniente ahora está ocupado, así que hablará conmigo. Y le importa un cuerno quién soy, ¿vale?

El cadete comisario se lo quedó mirando fijamente, con los ojos encendidos de ira. El otro le respondió con una mirada fría, calculadora, indiferente. Era una batalla de voluntades. Y al final, al parecer, el cadete cedió.

-Su unidad debería estar en el distrito fabril. ¿Por qué no se encuentran allí?

-Recibimos disparos desde estos edificios. El teniente ordenó bajar y asegurarlos. Dejó un pequeño grupo conmigo al mando a cargo de los vehículos, y tomó el resto del pelotón para limpiarlos.

-Esta zona estaba asegurada, según los informes.

-Pues ya ve usted que mienten.

Se oyó un estrépito, como de platos rotos y metal cayendo, proveniente de la puerta de una de las casas. El cadete comisario y sus dos hombres se giraron sobresaltados hacia la dirección del sonido. Los krassianos ni siquiera se inmutaron. Un soldado salió despedido de la puerta, como si lo hubieran empujado. Detrás de él salió otro hombre, más corpulento, con las insignias de teniente.

-¡Buzz, idiota! ¡La porcelana a tomar por culo! ¡He perdido lo menos dos mil tronos por tu culpa! –Se acercó al soldado, propinándole un puñetazo en el estómago.- Esto me lo pagarás. Olvídate de memeces: te requiso tu bolsa.

Por la puerta salieron más soldados, riendo. Llevaban los rifles al hombro o cruzados sobre el torso, sosteniendo con las manos pesados fardos. Los soldados de los vehículos se los quedaron mirando, mientras reían al ver a su comandante golpear furibundamente el suelo.

El sargento se alejó del grupillo del vehículo y se acercó a su oficial. Lo tomó por el brazo y lo obligó a calmarse, susurrándole algo al oído. El teniente pareció recuperar la compostura. Se colocó bien el casco, y se dirigió hacia los recién llegados, con el sargento detrás. Saludó al cadete, y éste le respondió chocando los tacones. Algunos soldados rieron por la excesiva formalidad del cadete.

-Bien, cadete comisario, el sargento ya me ha informado de que se sentía extrañado por vernos aquí. No se preocupe: el edificio ya está asegurado. Ya puede regresar a sus funciones con su unidad.

Sonrió de una forma excesivamente afectada. Estaba claro. Lo invitaba a marcharse.

Ferdinand no se dio por vencido.

-Discúlpeme, teniente, pero no he podido evitar fijarme en que sus hombres cargan pesados fardos al salir del edificio. ¿Puedo preguntar de qué se trata?

Detrás de él, los dos tripulantes del [i:1iwj04sg]Salamander[/i:1iwj04sg] perdieron los colores. Se estaba metiendo en un campo de minas.

-Verá, cadete comisario, eso es algo interno del regimiento, y no de su incumbencia. Así que le aconsejo que se largue lo más pronto posible.

-¿He de entender que sus hombres estaban saqueando aquél edificio?- Ferdinand se fue encendiendo.- ¿He de entender que permite a sus hombres el saqueo? Más aún, ¿He de entender que usted mismo lleva a cabo esa actividad?

-Oiga, verá…

-Supongo, teniente, que ya sabe cuál es la postura del Alto Mando y del Comisariado respecto al saqueo. Sepa que me veré obligado a denunciarlo a sus superiores.

La cara del teniente se puso roja de ira.

-¿Quién es usted para denunciarme? Usted, que acaba de llegar, un recién graduado, y se cree con poder para darme órdenes. ¡Atrévase, y no saldrá vivo de esta ciudad!

-¿Se atreve a amenazarme, teniente Sullivan?

Parecía a punto de saltar sobre el joven cadete. El sargento primero se interpuso entre ambos.

-Cadete comisario, entiéndalo. Olvide éste accidente, ni lo mencione en su informe. Coja su vehículo, y vaya con su unidad, que lo echarán en falta. Si se empeña en seguir con esta actitud… bueno, pues un muerto más en esta guerra no se nota. Sepa lo que le conviene.

Rápido como un rayo, Ferdinand desenfundó su pistola láser y apunto a la cabeza al sargento. Su cara estaba congestionada por la rabia y el odio. Miró los ojos fríos del sargento, volvió su arma hacia el rostro indignado del teniente.

-¡Ladrones, asesinos, malnacidos! ¿Así han de ser las tropas de nuestro Sagrado Emperador? Como hagáis algo, le vuelo la cabeza a éste.- Apuntó con el arma al teniente Sullivan.- Volveré con mi unidad, y juro que os empapelaré a todos. Acabaréis delante del pelotón de ejecución por saqueo, insubordinación y amenazar a un comisario…

Un chasquido sonó, y Ferdinand cayó al suelo con un agujero en la cabeza. Uno de los soldados krassianos bajó el rifle láser, aún humeante.

-Bien hecho, Gustav. –Dijo Sullivan. Se dirigió a los dos tripulantes del vehículo de exploración.- Lamento el incidente. ¿Qué tal si lo dejamos en que ha sido obra de un francotirador enemigo?

Ambos asintieron. Dieron media vuelta y volvieron a su vehículo.

-¡Eh, vosotros!- El sargento los llamaba. Se giraron miedosos. Éste les respondió con una amplia sonrisa.- Os dejáis el fiambre del cachorro de verdugo. Lleváoslo. Nosotros no lo queremos, y le dará más credibilidad a vuestra historia.

Volvieron, cogieron el cadáver de Ferdinand y lo arrojaron a la parte posterior del [i:1iwj04sg]Salamander[/i:1iwj04sg]. Arrancaron el vehículo y se marcharon, dejando a los krassianos saqueando los edificios. Los soldados que seguían de guardia en los [i:1iwj04sg]Chimera[/i:1iwj04sg] los despidieron con un efusivo y sincero saludo.

Para no perder la costumbre.

Muy bueno, era predecible como acabaria el cadete comisario contra 3 chimeras cargados de veteranos un poco insubordinados Xd

Dan Abnett sufriría una apoplejía al verlo. Un Comisario de verdad no amenazaría aun pelotón con su pistola láser, lo haría con el cañón automático del Salamander.

Pero es que éste es un CADETE comisario. Aún no sabe que impone más un cañón automático que un uniforme.

Pobrecillo...

Konrad escribió:

Pero es que éste es un CADETE comisario. Aún no sabe que impone más un cañón automático que un uniforme.

Pobrecillo...

Creo que al morir les ascienden a Comisario de manera póstuma. Al menos su alma está junto al Emperador ahora.