La guerra oculta

16 años 4 semanas antes #9615 por Konrad
La guerra oculta Publicado por Konrad
Prólogo

Los disparos empezaban a sonar lejanos, y el único ruido que se oía era el chapoteo de las gotas de lluvia en los charcos y el ruido persistente de los canalones de desagüe arrojando pequeñas trombas de agua en el suelo enfangado. Los latidos de su pecho sonaban atronadores en las desiertas calles embarradas, y sus botas resonaban con un rítmico chasquido húmedo. Jadeaba, y mientras corría no dejaba de lanzar furtivas miradas hacia atrás, hacia los cada vez más distantes disparos.

Giró, tomando una pequeña callejuela entre casa de adobe y caña. La copiosa lluvia producía un ruido metálico desacompasado al chocar contra los desvencijados techos de zinc de las primitivas casas. Sus botas se clavaban en el barro, haciendo más arduo correr y enlenteciendo su marcha.

Dejó atrás la calle, y entró en una avenida que de día se llenaba por los bulliciosos comerciantes. Ahora estaba oscura y desierta. Ríos de agua y barro corrían entre las húmedas baldosas. Un par de veces resbaló y cayó al suelo, pero enseguida se levantaba y volvía a correr en la misma dirección.

Pronto reparó en una solitaria figura que se erguía en medio de la calle. Había algo siniestro en aquel individuo. La lluvia caía resbalaba sobre un largo abrigo de cuero negro gastado por el tiempo, y su rostro estaba ensombrecido por un sombrero de ala ancha.

-Por fin nos encontramos, bastardo. – Era una voz de bajo, profunda. Sonaba calmada, pero llevaba cargada una sensación de amenaza y peligrosidad.

Frenó, y contempló al hombre que acababa de hablarle. Éste, reparando en su gesto, levantó su rostro. Bajo el ala de su sombrero, sólo distinguió un brillante punto de fulgor carmesí en el lado izquierdo de su cara.

-¿Quién eres tú?

El heraldo de tu muerte. Las palabras sonaron frías en su mente, con su propia voz. Quedó perplejo. De repente, un dolor atroz recorría todo su cuerpo. Sintió como si miles de agujas hipodérmicas se le clavaran en todas las articulaciones, como si cientos de miles de voltios recorrieran todo su sistema nervioso, desde su cerebro hasta la última sinapsis. Sintió arquearse su espina dorsal, como si sus vertebras se rompieran en miles de pedazos. Notó como era presa de espasmos de dolor, como se revolcaba en el frío barro. Y de golpe, todo cesó.

Manchas de colores le nublaban la vista, y los oídos le pitaban. Poco a poco, volvió a sentir sus miembros entumecidos, volvió a oír el chapoteo del agua y vio sobre él el nublado cielo nocturno. Se giró sobre sí mismo, quedando panza abajo, y levantó un poco la vista. Frente a él estaba el hombre de antes.

En una escala del uno al cien, esto habría sido un miserable dos. La voz volvió a sonar en su cabeza.

-Cabrón… - Las palabras apenas salían de su boca, balbuceando.- Psíquico…

Se puso de rodillas, acercando su rostro. Lo pudo ver con claridad: un hombre ya maduro, con una macabra cicatriz que le cubría el puente de la nariz y el mentón izquierdo. Una fina barba entrecana rodeaba unos labios finos de sonrisa cruel, y el pelo largo y gris caía sobre sus hombros. Pero lo que más llamaba la atención eran sus ojos: el izquierdo era un implante biónico de brillante cromo, mientras que el izquierdo era un pequeño punto de color azabache, totalmente frío.

El hombre del sombrero puso su mano en uno de los bolsillos interiores del abrigo, como si buscara algo. Extrajo una cartera de piel gastada. La abrió y la puso ante sus ojos. A pesar del dolor de cabeza, reconoció al instante la placa allí grabada: Una estilizada I, con un cráneo aureolado. Ordo Malleus, el Martillo de los Demonios.

Guardó de nuevo la cartera y se levantó. Apartó su abrigo, revelando un cinturón del que pendían dos pistoleras. Con la mano derecha enguantada, sacó una pistola bolter de delicada manufactura. Sin ninguna prisa, extrajo el cargador del arma y colocó en la recámara uno de los proyectiles de plata bendecidos para las ejecuciones.

-Ignace Haast, - Empezó, enfatizando cada una de las palabras de la fórmula ritual en alto Gótico.- por lealtad al Dios-Emperador, y por la gracia que me ha sido otorgada por el Trono Dorado, os declaro, en nombre del Ordo Malleus y de la Inquisición, extremis diabolus. Que ningún crimen quede sin castigar.

Un solo disparó resonó. La fuerza del proyectil destrozó por completo el cráneo del hereje. Sangre y restos de tejido cerebral fueron arrastrados por la lluvia. Al fin, tras dos años de persecución, había terminado.

Sonaron pesadas botas acercándose corriendo. Tres figuras enfundadas en pesadas armaduras de caparazón y armados con escopetas aparecieron de una calle cercana. El inquisidor reconoció a uno de ellos por sus insignias: el purificador del Adeptus Arbites local, Enoch. Él y sus dos agentes se pararon frente al inquisidor, se cuadraron y saludaron.

-¡Enoch! Aquí tiene los restos de ese hereje. Que sus hombres los recojan y los dejen en la comisaria. No se llevará a cabo ninguna autopsia hasta que yo de la orden. ¿Entendido?

-Sí, lord inquisidor.

-¿Acabaron con el resto?

-Sí, aunque nos costó lo nuestro. Los muy malnacidos habían conseguido una buena provisión de armas ilegales, y eran más numerosos de lo esperado. Perdí a un agente, pero no dejamos títere con cabeza.

-Buen trabajo. Mañana por la mañana pasaré por la comisaría para llevar a cabo la autopsia y recoger las pruebas. Hasta entonces, purificador.

El adusto arbites se cuadró y se volvió junto a sus hombres, empezando la redacción de un informe preliminar. El inquisidor se dirigió hacia dos figuras recién llegadas. Una de ellas era un hombre de unos cuarenta años, no muy alto pero fornido. Llevaba un pesado abrigo de combate estándar de la Guardia Imperial y en sus manos acunaba un rifle láser largo enfundado en una tela impermeable. La otra figura era una muchacha joven, de apenas veinte años. Sólo su rostro alegre y vivaz asomaba bajo un pesado impermeable reglamentario de los Arbites.
-Bonito traje, Lyra. ¿Cuántas veces tendré que sermonearte sobre saquear propiedad imperial?

Una sonrisa se dibujo en los rostros de ambos.

-Perderías el tiempo, jefe. –Su voz era joven, con una cierta alegría infantil.- Pero por esta vez no me sermonees. Enoch fue amable y me lo dio: dijo que así no me mojaría.

-Un gesto muy cortés por parte de un arbites.- Dijo su acompañante.- La verdad, hasta un comisario parece un tipo cachondo al lado de ese Enoch.

-Franz, todos los arbites tienen una porra de energía metida en el culo para situaciones de emergencia, así que no debería extrañarte que Enoch sea así.- Dijo el inquisidor con total seriedad, provocando las risas de sus subordinados.- ¿Cómo ha ido la cosa?

La muchacha, Lyra, fue la primera en responder.

-Esos tarados plantaron cara. Los cabrones iban bien provistos de automáticas, pero por suerte ni los muchachos de Enoch tienen buenos modales, ni Franz ha perdido la práctica con el gatillo a pesar de ser ya un viejo chocho.

El inquisidor dirigió su mirada al hombre del uniforme.

-Lyra es una exagerada. Catorce bajas confirmadas. Antes solía hacer más. Por cierto, tienes a Sila y a Cortez trabajando allí. Están recogiendo todas las pruebas posibles antes de que los brutos de Enoch se las carguen todas o las echen a perder.

-¿Y Bruul? ¿No estaba con vosotros?

-Por supuesto, ya sabes que donde esté Sila, Bruul estará. No te preocupes por él, ese pequeñajo sabe bien cuidarse de sí mismo.
El inquisidor asintió.

-Bien, buen trabajo entonces. Recojamos los trastos y pasemos a buscarlos. Esta noche podréis descansar como es debido. Mañana una visita a la comisaria de los arbites para hacer el papeleo, y podremos irnos de este mugriento planeta.

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16 años 3 semanas antes #9843 por Konrad
Respuesta de Konrad sobre el tema Ref:La guerra oculta
Primera parte

Años atrás, después de ser licenciado y antes de entrar al servicio de la Inquisición Imperial, había trabajado como mercenario en distintos mundos. Recordaba una fragmentaria conversación en un tétrico bar con un comerciante libre en Belisaur. Apenas recordaba nada de las muchas estupideces y batallitas de viejo borracho que le contó, con una botella de amasec en la mano, pero siempre recordó su reflexión: “No importa que sea un mundo forja o un desolado mundo salvaje: el alma del planeta siempre la conocerás por el olor”.

Desde aquella plataforma de aterrizaje, Franz no pudo más que estar de acuerdo con el viejo comerciante. Apoyado sobre el flanco la lanzadera que los había llevado al planeta, aspiraba el olor de la mañana. Era una mezcla apestosa de hedor a hidrocarburos quemados y materia orgánica en descomposición, con un ligero regusto metálico, que ni siquiera el humo del cigarro que estaba fumando lograba disimular. Aquello le ayudaba a configurar una imagen nada positiva del lugar.

Si volvía la vista hacia el paisaje, sus sospechas se confirmaban. Mil metros por debajo se extendían los complejos puzzles de agujas, torres y cúpulas de acero y rococemento de la colmena, una caótica masa de erizados pináculos que trepaban en su ruta hacia la cúspide, tres kilómetros por encima. En la base, la colmena se extendía sobre el suelo, como una infección. Los talleres industriales y las petroquímicas no cesaban su febril trabajo, arrojando cada día miles de toneladas de gases tóxicos a la ya maltrecha atmosfera. Tras las zonas industriales, se extendían las inmensas instalaciones portuarias de la Bahía Cobalto. El nombre era engañoso: las aguas, lejos de ser de un color azul cobalto, eran de un negro grisáceo. Miles de cargueros de kilómetros de longitud entraban cada hora en el puerto, con su carga de contenedores. Más lejos, en el centro de la bahía, se alzaban las plataformas de extracción de petróleo y gas, verdadero corazón de la economía planetaria.

Ketar Prime se mostraba en todo su esplendor: un mundo maltrecho y moribundo, destrozado por miles de años de explotación industrial. Antaño capital del sector cracio y uno de los mayores motores económicos de todo el segmentum, había caído en desgracia tras la aparición de nuevos competidores. La economía planetaria se había recuperado tras una caída en picado, pero era un mundo abocado a un declive lento: los pozos se iban agotando lenta pero inexorablemente y el crimen y la inestabilidad social crecían como la espuma. No se extrañaba que sus investigaciones los hubieran traído hasta aquí.

Alguien se puso a su lado.

-Bonito lugar, ¿no crees?

Era la muchacha, Lyra. Llevaba puesta una chaqueta de cuero acolchada y unos pantalones ajustados que realzaban su esbelta figura. Sin el pesado capote de los arbites cubriéndole la cabeza, se podían ver multitud de aros colgando de sus orejas y su pelo rojo brillante peinado en trenzas.

Franz terminó el pitillo, lo lanzó al suelo y lo apagó con la bota.

-Este sitio me da asco.

-Pues a mí me recuerda a casa.- Dijo Lyra.- Pero sí, también me da asco.

No era extraño. Lyra era nativa de Necromunda, una miembro del clan Escher. Una misión diez años antes había llevado al inquisidor y a su séquito al famoso mundo colmena. Allí había descubierto a Lyra: tras su apariencia de simple pandillera, proyecto de delincuente juvenil, había una muchacha inteligente, avispada e inquisitiva. El jefe no había dudado ni un instante: tomó a la risueña joven a su servicio, como su pupila. Y sin duda el esfuerzo había valido la pena: Lyra prometía convertirse en una eficiente inquisidora por derecho propio.

Franz, en cambio, llevaba mucho más tiempo con el inquisidor. Había sido en el lejano mundo de Thrandium donde se conocieron. Franz había pertenecido a la Guardia Imperial en el insigne 122º regimiento de Cadia. Combatió en el famoso asedio de Ciudad Vogen, donde llegó a sargento mayor y recibió varias condecoraciones por el valor demostrado en combate y su pericia como francotirador. Tras ser licenciado, se dedicó a trabajado durante un tiempo como soldado para algunos consorcios comerciales. Durante las luchas entre los distintos gremios de pescadores de kril de Thrandium conoció al inquisidor Karl Mortimer, entrando de inmediato a su servicio.

Karl Mortimer era una leyenda dentro de la propia Inquisición. Miembro del Ordo Malleus, era temido y a la vez respetado por la mayoría de sus colegas. Los sectores más fervientemente puritanos habrían deseado verlo arder en la hoguera por sus métodos poco ortodoxos, pero para la mayoría de inquisidores era el ejemplo perfecto que daban a sus pupilos de lo que significaba ser un inquisidor. En su largo historial había más de trescientos herejes ajusticiados, entre ellos el Apóstol Oscuro Salomón de los Portadores de la Palabra. Había acabado con miles de cultos en centenares de mundos, y con sus propias manos había enviado a ciento dos grandes demonios de vuelta al Empíreo.

De nuevo, fue Lyra la que lo sacó de sus cavilaciones.

-¿En qué piensas, soldado?

-Oh, simplemente recordaba.- Su mirada se paseó por el suelo.- Debo estar haciéndome viejo. ¿Dónde está el jefe?

-Hablando con las autoridades locales, poniéndoles el miedo en el cuerpo. Ya sabes cómo le gusta actuar.

-Sí, él es así. Ya sabe lo mucho que amenaza su chapa.- Paseó su mirada por la plataforma. Distinguió una figura rechoncha acercarse por el puente de acceso.- Mira quién viene por ahí.

La muchacha giró su cabeza en dirección hacia donde señalaba Franz.

-Vaya, es Bruul.

La figura siguió acercándose. De lejos parecía rechoncho, pero de cerca se podía ver que era debido a su corpulencia y su escasa altura. Franz le llamaba el “ogritín”, por motivos evidentes. Bruul no era exactamente humano. Apenas media metro cuarenta, pero sus brazos eran más anchos que los de Franz. Se trataba de un pseudohumano, un mutante. No obstante, como con los ogretes y los ratlings, no se trataba de un producto del Caos: Bruul era un mutante estable, producto de una mutación natural y lo bastante parecido a un ser humano como para no ser quemado en la hoguera. Tenía los ojos saltones, y en su cara siempre había una sonrisa que mostraba algunos dientes salientes. Era una figura cómica, y su inteligencia era algo limitada. No obstante, Karl lo mantenía a su servicio debido a su extraordinaria fuerza física y por una cuestión de honor, muchos años antes, Bruul le había salvado la vida. A cambio, el inquisidor lo tomó a su servicio y lo había protegido del fanatismo antimutante de los más puritanos miembros de la sociedad imperial.

-¿Bruul, qué haces aquí?

Paró, levantó su cabeza y se quedó mirando a la muchacha y al soldado.

-Inquisidor mandarme a avisar. Bruul venir a buscaros, Bruul venir a coger cosas de inquisidor de la nave. Prisa, mucha prisa. Inquisidor os necesita.

Acto seguido, entró en la lanzadera a buscar las pertenencias del inquisidor. Salió con un fardo más alto que él cargado a la espalda. No daba muestras de que le pesara o molestara lo más mínimo.

-Vosotros seguir a Bruul. Inquisidor necesita Lyra y Franz. Vamos, prisa. Seguir a Bruul.

Franz tomó su rifle láser largo enfundado, que permanecía apoyado en la pared, y se abrochó una chaqueta de faena que lucía el camuflaje gris y las insignias del 122º de Cadia. Lyra se cargó al hombro un pequeño petate que estaba en el suelo. Y ambos siguieron a Bruul.

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16 años 3 semanas antes #9853 por Sidex
Respuesta de Sidex sobre el tema Ref:La guerra oculta
Bueno, un poco corto, pore muy bueno, auqneu por muy inqui uqe sea quizas haber matado a tantos grandes demonios es mucho apra un simple humano

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16 años 3 semanas antes #9858 por Grimne
Respuesta de Grimne sobre el tema Ref:La guerra oculta
Muy chulo, aunque

con sus propias manos había enviado a ciento dos grandes demonios de vuelta al Empíreo

me parece un poco exagerado.

#Pausa de lectura#

Ah, veo que Sidex opina como yo. Por cierto, ¿Te has inspirado en el inquisidor de los cazadores de brujas de la GW, ése de la caja con séquito? Es que la descripción parece clavada.

¡Ánimo Konrad!

[img:3ppbkf6b]http&#58;//img33&#46;imageshack&#46;us/img33/6517/firma2joy&#46;jpg[/img:3ppbkf6b]

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16 años 2 semanas antes #10064 por Konrad
Respuesta de Konrad sobre el tema Ref:La guerra oculta
¡Has dado en el clavo! El inquisidor viene a ser una mezcla entre el de los cazadores de brujas (es que me encanta esa estética entre gótica y western) y el coronel Douglas Mortimer de [i:r9x26y52]La muerte tenía un precio[/i:r9x26y52].

Cuando pueda cuelgo la siguiente parte.

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16 años 2 semanas antes #10065 por Grimne
Respuesta de Grimne sobre el tema Ref:La guerra oculta
Aaaahhhh me encanta. ¡Vaya par de personajes! La caja me gustó en cuanto la ví y algún día la pillaré y pintaré. A mi con ese sombrero y abrigo (Por no hablar de las estacas y la ballesta) también me recuerda a Van Helsing.

[img:3ppbkf6b]http&#58;//img33&#46;imageshack&#46;us/img33/6517/firma2joy&#46;jpg[/img:3ppbkf6b]

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