Relato

Prólogo

Las tres figuras avanzaban por el inmenso desierto. Cruzaban las dunas de arena roja y los bancos de ceniza gris. Firmemente apoyadas sobre sus dos patas, cruzaban rápidamente sobre la inestable arena, evitando pequeñas afloramientos rocosos que surgían de las arenas. A pesar de avanzar sobre dos patas, no podían confundirse con alguna clase de criatura humanoide: su bamboleante paso y su rapidez desvelaba su identidad.

Desde cerca, ya eran inconfundibles: sus largos zancos movidos por pistones hidráulicos, su habitáculo blindado y el amenazador cañón que sobresalía de uno de sus flancos los revelaban como un grupo de bípodes de exploración Sentinel de la Guardia Imperial. Lucían un camuflaje irregular de manchas rayadas de colores ocre y gris pálido, que les servían para mimetizarse a la perfección con su árido entorno. Una pequeña insignia y un numeral los delataban como miembros de la 25º Legión de Acero de Armageddon.

Ascendieron la pronunciada pendiente de una duna alta de color ocre. En la cima, se encontraron con varios restos de origen industrial: tuberías, conductos, e incluso una antigua chimenea. Todo ello se encontraba corroído por el óxido, y no era nada más que vestigios de la antaño floreciente industria que allí había surgido. La guerra, primero, y los simunes cargados de arena más tarde, habían acabado totalmente con las refinerías y talleres allí establecidos. Ahora, el desierto ocre había cubierto casi por completo aquellos restos, sumiéndolos en el olvido.

En la cima de la duna, el teniente Nathaniel Borowski detuvo su vehículo. Tras él, sus otros dos acompañantes hicieron lo mismo. Desde allí disponían de una visión excelente a muchos kilómetros a la redonda. Se caló el equipo filtrador de aire, abrió la escotilla superior y asomó su cuerpo por encima del habitáculo. Un fuerte viento lo azotó nada más asomar la cabeza. Con sus binoculares, empezó a escrutar el horizonte.

Hacia todas las direcciones, el desierto se extendía: dunas rojas, ocres y grises se sucedían junto con colinas rocosas. De vez en cuando asomaban aquí y allí restos de otros complejos industriales sepultados por el desierto y el olvido. Sobre las dunas, se veían los cielos de color amarillo sulfuroso tan característicos de Armageddon. Incluso a través del filtrador, se notaba el olor a azufre. Borowski reparó, satisfecho, que ninguna de las habituales nubes pardas cubrían el cielo, algo no muy frecuente dada la cercanía de la Estación del Fuego.

Algo llamó su atención. Cerca, un par de dunas más allá, avanzaba una nube de polvo en dirección hacia ellos. Su movimiento recto no correspondía con las trayectorias erráticas propias de los pequeños tornados que se formaban en el desierto. Entró de nuevo en su habitáculo, cerró la escotilla y abrió el comunicador.

-Böck, Helmer, nube de polvo hacia nosotros dirección nordeste. Tomad posiciones. Quiero comprobar que es.

Una respuesta sonó por el comunicador. Borowski reconoció la voz nasal de Helmer.

-¿Informamos al cuartel general?

-No hasta que no haya comprobación visual. No quiero dar falsas alarmas, no tras lo de la semana pasada.

Acto seguido, se desplegaron. Borowski y Böck tomaron posiciones tras los restos de la derribada chimenea. Su ángulo de tiro no era excelente, pero era suficientemente bueno para acertarle a algo. Helmer tomó posiciones tras unas tuberías, algo más expuesto, pero con una línea de tiro perfecta para su mortífero cañón láser.

Dos vehículos aparecieron en la cima de la duna más cercana. Su destartalado aspecto y los chillones colores que lucía los delataban como vehículos orkos. Borowski prontó recordó el nombre concreto de estos vehículos ligeros de exploración: los buggies.

-Esperad tenerlos a tiro…

Ascendieron la duna donde se encontraban los bípodes imperiales. De pronto, un brillante rayo de luz carmesí cruzó el aire, impactando de lleno contra el primer vehículo y haciéndolo estallar. El cañón de Helmer había hablado. Su acompañante maniobró, intentando usar los restos de su camarada como cobertura, pero resultó acribillado a tiros por los disparos de los cañones automáticos de los otros dos Sentinel.

Los imperiales, no obstante, apenas pudieron regocijarse. De una colina cercana surgieron siete estelas de humo. Helmer, demasiado expuesto, fue blanco fácil incluso para los torpes orkos. Cinco misiles redujeron su habitáculo a astillas de metal humeante. Sus dos patas zancudas quedaron erguidas, humeando.

Acto seguido la colina sufrió un diluvio de proyectiles. Böck y Borowski acribillaron la cima con sus cañones. Surtidores de arena y cuerpos desmembrados cubrieron la colina. No obstante, su pequeña victoria pronto se reveló como inútil: de las colinas cercanas empezaron a surgir pielesverdes, como si la tierra los vomitara. Cientos primero, miles después.

El cañón de Böck empezó a aullar. Bororowski encendió el comunicador.

-¡Rompemos contacto, rompemos contacto! Retirada, hay que avisar al cuartel.

Los dos Sentinel dieron media vuelta e iniciaron el descenso de la duna. Proyectiles de pequeño calibre los acribillaron cuando los orkos coronaron la cima. Los bípodes continuaron hasta llegar a una rocosa colina cercana. Mientras ascendían, Borowski comunicó las malas nuevas.

-¡Aquí Borowski! ¡Fuerza de ataque orka numerosa en dirección nordeste. Repito: fuerza de ataque…

Una explosión terminó con Borowski y su transmisión cuando un cohete orko dio de lleno en sus motores. Böck llegó a la cima de la colina. Dio media vuelta y contempló un dantesco espectáculo: las dunas adyacentes se encontraban totalmente cubiertas por pielesverdes. No tenía ninguna posibilidad. Era su fin. Tomó posición tras unas rocas, y se preparó. Rezó su última pregaria al Emperador. Rezó por su familia, asediada en la colmena Volcanus. Rezó por sus camaradas muertos, y rezó por su planeta, su amado Armageddon.

Comprobó sus cintas de alimentación: mil doscientos cartuchos. Su muerte les sería cara. Encendió los altavoces externos de su bípode y gritó con todas sus fuerzas.

-¡Escoria pielverde! ¡Soy el guardia imperial Karl Böck! ¡Juro ahora mismo que por mi mano, vais a saber lo que es la ira del Sagrado Emperador de Terra!

Apagó el altavoz. Tensó sus dedos sobre el gatillo. Y apretó.

Fila tras fila de orkos resultó destrozada. Quinientos casquillos de bala rodeaban ya el bípode, cuando quince estelas de fuego partieron rumbo a la colina. En un luminoso y brillante hongo de luz naranja, con un rugido ensordecedor, Karl Böck murió, con una amarga sonrisa cruzando su rostro. La cima de la colina quedó cubierta por los restos humeantes de su vehículo.

Los orkos, continuaron su avance.

Ya te respondi en OJ , pero te lo vuelbo a decir , esto es un gran relato, consigues una ambientacion inceible y muy realista, a ver si se me contajia algo de eso

Sidex escribió:

Ya te respondi en OJ , pero te lo vuelbo a decir , esto es un gran relato, consigues una ambientacion inceible y muy realista, a ver si se me contajia algo de eso

¡Gracias hombre!

El truco está en ser muy, muy descriptivo. Y a base de práctica lo consigues.

Así pues, ánimo!

No esta nada mal. <!-- s:lol: --><img src="{SMILIES_PATH}/icon_lol.gif" alt="" title="Laughing" /><!-- s:lol: -->

eii!! esta muy bien..en plan Sven Hansell pero de 40k..A ver si nos distingues con mas relatos y de paso la gente se deja caer por aqui y ve los que ya ahi escritos...