La nueva amenaza

A finales de 997.M41 se perdió el contacto con varios sistemas del Segmentum Tempestus. El Señor Inquisidor Kryptman reconoció los signos de una invasión tiránida mucho antes que el resto de sus camaradas del Ordo Xenos. Tras combatir a los Tiránidos durante más de dos siglos y medio, Kryptman sabía muy bien que estas criaturas tenían una capacidad estupenda para adaptarse y mutar y conocía muy bien las estrategias de las flotas enjambre. Esta es la razón por la que se llevó a cabo el Census Kryptman, un gran augurio astrotelepático que contactó con todo planeta documentado que se hallase en las fronteras del Imperio. Este censo causó la muerte de docenas de astrópatas de alto grado, cuyas mentes se quemaron en el intento de que el censo llegase a mundos más y más alejados con los que no se había establecido contacto en cientos de años. Pero, cuando empezaron a pasar semanas y meses y los planetas que dejaban de responder empezaron a conformar un patrón, Kryptman confirmó el acercamiento de una nueva flota enjambre de gigantesco tamaño.

Este patrón consiguió que el imperturbable Kryptman se sumiera en un profundo estado de aprensión. Los planetas con los que se había perdido el contacto se encontraban en los Segmentum Tempestus, Ultima y Solar, indicativo de una ofensiva que pretendía abarcar toda la galaxia y que ya se había cobrado la vida de billones de seres. Lo peor de todo fue la confirmación de que esta flota estaba concentrada bajo el plano galáctico y que atacaba la parte baja del Imperio en vez de la Franja Este.

Pero eso no era todo. El ataque principal de la flota enjambre, llamada en clave Leviathan, tenía dos tentáculos separados varios cientos de años luz entre sí. Poco a poco, aunque cada vez más rápidamente, se perdía el contacto con todos los planetas situados entre los dos tentáculos de este ataque. Curiosamente, seguía habiendo tráfico espacial entre los planetas de las regiones más alejadas del Segmentum Tempestus, desconocedores como eran de su fatal destino. Solo había una explicación para esto: el vacío psíquico que acompañaba a los Tiránidos se había hecho tan fuerte que se extendía hasta abarcar todo el espacio comprendido entre ambos tentáculos, lo que bloqueaba completamente todo contacto con esta área de espacio y hacía imposible que los refuerzos navegasen por la disformidad hasta los sistemas sitiados. Las mandíbulas del Leviathan estaban abiertas de par en par y deglutían grandes secciones del Imperio, el cual podrían devorar a voluntad en caso de llegar a cerrarse.

Kryptman sabía que era prioritario destruir uno de estos dos lenguas para salvar las vidas de todos los que se encontraban en esta región espacial. De nada serviría el número de tropas y refuerzos que lograsen reclutar, pues, si no conseguían disipar la asfixiante sombra que se proyectaba sobre la directora luz del Astronomicón, no llegarían a tiempo. Y lo peor de todo es que el curso de esta nueva flota enjambre acabaría por encaminarse hacia el corazón del Segmentum Solar, el lugar de nacimiento del Imperio y el trono del propio Dios Emperador.

Pero los sistemas atacados tampoco estaban completamente indefensos. Tarsis Ultra, un fértil y devoto planeta que se alzaba justo delante de uno de los tentáculos del Leviathan, acogía toda una compañía de Ultramarines, cuyos miembros aceptaron de buen grado el honor de defender el planeta. El capítulo de los Mortificadores, con base en el cercano planeta nocturno de Posul, se unió a los Ultramarines durante las preparaciones para resistir el embate de la flota enjambre. Se enviaron al sector Tarsis equipos de Guardianes de la Muerte dirigidos por el propio Inquisidor Kryptman para que este pudiera aprender más de su enemigo y derrotarlo no solo con fuerza sino con astucia.

La defensa de Tarsis Ultra

La mayor parte de los ejércitos imperiales llegaron pocas semanas antes que los Tiránidos. Los veteranos de los Ultramarines se hicieron cargo del adoctrinamiento de la Guardia Imperial y las legiones de Defensa Planetaria del sector en las técnicas para combatir a los Tiránidos mientras el invierno empezaba a recrudecerse y las flotas en órbita comenzaban a repeler los ataques de las bionaves invasoras. Al poco tiempo empezó a caer la nieve y, junto con los copos, una torrencial lluvia de esporas.

Las fuerzas imperiales efectuaron una retirada ordenada ante un enjambre tiránido inimaginablemente vasto y se dirigieron al planeta central del sistema, donde tuvo lugar una desesperada batalla final. Tarsis Ultra estuvo bajo asedio durante varias semanas y los defensores, a las órdenes de Uriel Ventris de la Cuarta Compañía de los Ultramarines y más tarde del propio Kryptman, tan solo conseguían aguantar el empuje de la amenaza alienígena. Sin embargo, y a pesar de la letalidad de su defensa, no paraban de llegar más y más alienígenas. Las tornas no empezaron a cambiar hasta que Ventris y su grupo de combate capturaron un líctor de la oleada original.

El Magos Biologis Locard, un aventajado científico miembro del equipo de Kryptman, utilizó el código genético del líctor capturado para diseñar una plaga biológica que podría acabar con los Tiránidos en caso de que fuese liberada en el corazón del enjambre. El Capitán Ventris decidió encargarse de esta peligrosa labor personalmente y viajó hasta el corazón de la flota enjambre acompañado de un grupo de combate de Guardianes de la Muerte. Ventris llegó hasta la propia Reina del enjambre y liberó en su interior la plaga de toxinas. Al principio no sucedió nada y todas las tropas imperiales que aguardaban en el planeta pensaron que todo estaba perdido. Sin embargo, poco a poco los Tiránidos comenzaron a atacarse entre sí, puesto que el control sináptico que las dirigía había desaparecido. La contraofensiva imperial sobre la superficie de Tarsis Ultra destruyó miles de Tiránidos y la invasión fue rechazada de una vez por todas.

  

Uriel Ventris, Capitán de la 4º Compañía de los Ultramarines en la batalla de Tarsis Ultra

Avance imparable

Tras la destrucción de este tentáculo del Leviathan, que avanzaba hacia Terra, los planetas que antes quedaban entre ambos tentáculos empezaron a registrarse en los augurios imperiales nuevamente. El plan de Kryptman para restablecer el contacto y la comunicación había dado sus frutos. Pero esta alegría no duró mucho tiempo, pues las indicaciones de que sistemas enteros habían sido engullidos por la Sombra que los había cubierto poco a poco llenaron las datopantallas del Ordo Xenos.

Valedor, un planeta habitado en su mayoría por peregrinos y monjes vestidos con túnicas de tela de saco, había sido engullido en cuestión de horas. Tras el paso de los Tiránidos, las naves de sus iglesias y catedrales se habían convertido en lagos de sangre. San Capileno, otro planeta controlado por la Eclesiarquía y defendido por las Hermanas de Batalla, había resistido heroicamente durante varias semanas, pero acabó por caer pocos días antes de que los Tiránidos fuesen expulsados de Tarsis Ultra. Ahora, su sacrosanta superficie pertenecía a los alienígenas, sus extraordinarias obras arquitectónicas habían sido derruidas y sus misioneros devorados y reconstituidos en bestias alienígenas. El mensaje inherente a estas nuevas conquistas se extendió por el Imperio como una plaga: la Fe no era defensa ante los alienígenas.

La moral de las fuerzas imperiales bajaba a medida que los planetas del Imperio eran consumidos. Kryptman y sus aliados no podían estar en todos los lados al mismo tiempo y la flota enjambre se hacía más y más fuerte con cada mundo devorado. Además, no se podían enviar refuerzos desde el Este, pues un ¡Waaagh! orco procedente del imperio del Archipirómano de Charadón pretendía sacar partido de la ausencia de gran parte de los efectivos de los Ultramarines en las fronteras del territorio.

El venerable Inquisidor Kryptman, muy a su pesar, ordenó que se estableciese un cordón galáctico. Su plan consistía en evacuar una serie de planetas que se encontraban en el camino principal del Leviathan y destruirlos para que la flota enjambre no dispusiera de materia prima para alimentar sus bionaves. De esta manera ralentizaría su avance lo suficiente como para que las flotas Solar y Tempestus llegasen hasta el lugar. Por tanto, todos los planetas al otro lado de este cordón serían objeto de un Exterminatus justo en el momento en que los Tiránidos descendiesen para alimentarse de ellos. Kryptman sostenía la teoría de que, de esta manera, el enjambre invertiría mucha energía en controlar un mundo, solo para acabar con todos los seres vivos que tuviese en él bombardeados por torpedos ciclónicos y bombas víricas. Al tomar esta cruda e insensible decisión, Kryptman había condenado a billones de seres vivos al exterminio. Hasta la fecha, este es el acto de genocidio de mayores proporciones que el Imperio se ha infligido a sí mismo desde la Herejía de Horus.

A la decisión de abandonar cientos de planetas ante el avance alienígena se opusieron muchos. Multitud de influyentes inquisidores exigieron que Kryptman fuese declarado Traitor Excomunicatus. Los detractores de Kryptman le acusaron de radical, traidor y estúpido cuando los mundos devastados fueron conquistados por los Orkos que avanzaban por delante de los Tiránidos. Se emitió una Carta Extremis mediante la que se le desposeía de su título y que le obligaba a ocultarse como si fuera un criminal de la peor calaña.

Sin embargo, la realidad es que el avance de la Flota Enjambre Leviathan empezó a ralentizarse hasta convertirse en un mero gateo. Entre los planetas abandonados a su suerte se encontraba Tesla Prima, un planeta antaño controlado por el Adeptus Mechanicus de Gryphonne IV en el que se probaban armas y que ahora se encontraba en manos de los Orkos. Los nuevos habitantes pieles verdes estaban contentísimos de poner sus manos en un planeta lleno de armamento extremadamente destructivo y poco fiable, y desde el espacio podían verse las grandes explosiones que se producían mientras los Orkos probaban sus nuevos "juguetes".

Cuando las enormes bionaves del Leviathan descendieron sobre Tesla Prima, el Imperio se encontró con una recompensa mucho mayor de la que podía esperar. La virulenta guerra entre Orkos y Tiránidos, que se aparecía en los sueños de los astrópatas que aún le eran leales a Kryptman, parecía estar cobrándose un gran porcentaje de víctimas en ambos bandos invasores. Incluso en el cercano planeta agrícola Rigant, un planeta otrora pacífico cuya superficie estaba cubierta de campos dorados y poco más, se desarrollaba una guerra de grandes proporciones entre ambas razas alienígenas. Este descubrimiento, junto con lo aprendido sobre el avance de la Flota Enjambre Kraken, resultaron de vital importancia para la estrategia de Kryptman.

La batalla de Gryphonne IV

Hubo gente dentro del cordón dibujado por Kryptman que no quiso abandonar sus hogares ante el Exterminatus; aquellos con la influencia suficiente como para desobedecer la orden directa de un Señor Inquisidor. Aunque le causó gran pesar hacerlo, el Adeptus Mechanicus abandonó Tesla Prima y decidió defender Gryphonne IV hasta la muerte. Este era uno de los principales mundos forja de la galaxia, un gigantesco planeta recubierto de acero en el que había una profusa actividad mecánica. Se trataba también del planeta natal de los Grifos de Guerra, una de las más poderosas legiones del Adeptus Titanicus. Gracias a las legiones skitarii, los servidores de combate pretorianos y el poder militar de las creaciones mecánicas de los tecnomagos, este planeta tenía muchas más posibilidades que cualquier otro de sobrevivir al ataque del Leviathan. El Adeptus Mechanicus, con la fría eficacia que le caracteriza, se preparó para la guerra en solitario en un sistema abandonado.

Una batalla de proporciones épicas se desató en cuanto las esporas micéticas empezaron a caer como la lluvia sobre la superficie de acero del planeta. Legión tras legión, los altamente sofisticados Skitarii marchaban al unísono y ponían fin metódicamente a progenies enteras de gantes antes de que estos abandonasen siquiera sus cápsulas espora. Cuando la lluvia de esporas arreció, las unidades de pretorianos de tracción total cobraron vida y empezaron a disparar sus pesadas armas, con lo que el brillante paisaje de metal se tornó oscuro con la espesa sangre del invasor.

En una hora la tierra empezó a temblar bajo los pasos de los titanes, las temibles Deidades Mecánicas, que emergían de sus hangares catedral para trabarse en combate con las monstruosidades biológicas que oscurecían el manufactorum como si de gigantescas arañas se tratase. Pero el combate estaba muy igualado y por cada adversario de grandes proporciones que cada titán conseguía abatir, una Deidad Mecánica caía derribada por gigantescas garras y enormes escupitajos de piroácido. La superficie terrestre sufrió las maniobras de los gigantes durante varios días en los que ni las fuerzas del Adeptus Mechanicus ni los enjambres tiránidos dieron su brazo a torcer.

Sin embargo, a pesar de la férrea resolución de los tecnosacerdotes y las grandes bajas que sus creaciones estaban causando en el invasor tiránido, sus fuerzas acabaron por verse ampliamente superadas en número. Los potentes titanes de los Grifos de Guerra fueron abatidos uno a uno hasta que no quedó ninguno para defender las forjas que los habían visto nacer. El planeta fue desprovisto de toda vida en cuestión de días. La Flota Enjambre Leviathan había conseguido dar un paso más.
 

La jugada de Kryptman

A pesar de haber sido expulsado de la Inquisición, Kryptman no estaba dispuesto a abandonar la galaxia a su destino. La batalla por Tesla Prima y su captura de un Tiránido vivo en Tarsis Ultra le habían convencido de que había una manera de ralentizar, quizá incluso detener, el avance de la Flota Enjambre Leviathan sin sacrificar más vidas humanas.

Kryptman y un pequeño grupo de combate de Guardianes de la Muerte que todavía le eran fieles volvieron a interponerse en el camino de la flota enjambre. Pero esta vez no tenían la intención de combatir ni de coordinar la defensa de alguno de los planetas bajo asedio. Kryptman sabía que el Leviathan tenía un tamaño tan grande que quizá fuera imposible detenerlo, incluso con la ayuda combinada de las flotas imperiales de diferentes sectores.

El grupo de combate genocida descendió al laberíntico planeta de Carpathia, declarado Perdita por los desesperados inquisidores que usurpaban en aquel momento el papel de Kryptman. Allí efectuaron la mayor de las gestas que habían llevado a cabo hasta el momento: capturar con vida toda una progenie de genestealers dentro de un campo de estasis y subirla desarmada a bordo de su navío. Kryptman y su equipo consiguieron su objetivo, aunque para ello tuvieron que hacer largos preparativos y sacrificar las vidas de alguno de los mayores héroes de los Guardianes de la Muerte. El anciano inquisidor abandonó las catacumbas de Carpathia sin cambiar su adusto semblante y subió con una carga letal a su nave, la cual alimentó sus motores al máximo y huyó con premura de aquel planeta condenado.

Una semana después, el pecio espacial Llama de la Perdición salió de la disformidad justo delante de la flota enjambre. El equipo de Kryptman escondió a los genestealers en las profundidades del pecio y rompió el campo de estasis cuando estuvo a salvo. A continuación, los Guardianes de la Muerte utilizaron los teletransportadores del navío para lanzar megatones de potentes explosivos a la superficie de Gheist, una luna cercana. La explosión que provocaron no solo destruyó la estrella, sino que desvió el curso del pecio espacial hasta lo más profundo del imperio que los Orkos habían construido en Octavius. Este salvaje imperio, aproximadamente del tamaño de Ultramar, era una constante molestia para el Imperio.

No pasó mucho tiempo hasta que los piratas orkos abordaron el pecio con la intención de saquearlo. Los Orkos fueron emboscados y contaminados por los alienígenas que viajaban en la nave. Cuando los pieles verdes volvieron a sus bases, lo hicieron con una carga inusual. Los genestealers se multiplicaron rápidamente en aquel lugar con una actividad tan frenética y no tardaron en infestar las ciudades colmena de las que se habían apropiado los Orkos. Aunque la progenie de genestealers original había sido exterminada, la infestación genestealer no tardó en hacerse evidente en todo el imperio de Octavius. En poco tiempo, la marca psíquica de los genestealers era lo suficientemente fuerte como para atraer la atención de la vanguardia de la Flota Enjambre Leviathan, que cambió su rumbo hacia aquel sistema lleno de vida y se olvidó de los planetas muertos que conformaban el Cordón de Kryptman.

Por suerte para el alto mando imperial, el camino seguido por la imparable horda tiránida parecía alejarse del Imperio y adentrarse en el sistema Octavius. Ninguno de los integrantes de este alto mando podía explicarse el repentino cambio de rumbo del Leviathan; pero las flotas imperiales, que habían sufrido graves bajas en las últimas semanas, tuvieron la oportunidad de reagruparse y realizar reparaciones. La guerra entre el imperio orko y los invasores tiránidos, observada de cerca por intrépidos grupos de combate, se recrudecía por momentos y no parecía tener final.

Hay algunos en la Inquisición que han estudiado las posibles consecuencias de esta manipulación de la amenaza alienígena. Aunque el plan de Kryptman tuvo éxito y los Tiránidos y los Orkos están ocupados en destruirse entre sí, también es cierto que ambas razas evolucionan con la guerra. Esto nos deja ante la posibilidad de que la Flota Enjambre Leviathan emerja aún más fuerte de este conflicto tras asimilar grandes cantidades del ADN que hace de los Orkos una raza capaz de sobrevivir en cualquier situación. De hecho, planetas cercanos han enviado fotoarchivos de organismos tiránidos mucho mayores que los conocidos hasta ahora. Esta posibilidad resulta tan horrible que es mejor no pensar en ella.

El Imperio ha ganado algo de tiempo, lo mejor que podía sucederle, pero a costa de la defunción de cientos de planetas y la posibilidad de tener que enfrentarse a una amenaza mucho peor en el futuro.

Fuente: GW